martes, 25 de agosto de 2009

El Profeta

El gesto frío, y el ceño enjuto de Diana, me despidieron sin más. A estas alturas nuestra pareja era solo inercial. La convivencia había ya sobrevivido a todos los estados, y vencidos por el ostracismo, solo nos dejábamos empujar por la rutina. Ambos conocíamos bien los secretos de cada uno y, de la misma forma, la clandestinidad que proponíamos para soportarnos.
Las etapas de terapias estaban ya superadas, y aun, el periodo de experimentación desde todas la variables posibles del intercambio hasta lograr convencernos finalmente que tampoco era el sexo, la mayor de nuestras diferencias.
Los ambientes pequeño burgueses donde nos movíamos, acompañaban el hastío y la mediocridad, haciendo que cualquier atisbo de emoción terminara por extinguirse, convirtiéndonos en algo menos que dos autómatas de ojos muertos. Una pareja de parias unidos solo por el espanto y un sadomasoquismo, tanto intelectual como físico.

La autovía, atiborrada de vehículos, en esta hora temprana de la mañana, eleva mis niveles de bilirrubina proporcionalmente al tiempo que me lleva llegar a las oficinas de la empresa donde, día a día, se desarrollan a capítulos, los funerales más largos de la historia. Cada uno de los días es una nueva muerte. A cuentagotas. Paulatina y sicótica. Igual a esta altura, ¿a quién le interesa?, menos aun a mí.

Es una fuerza que no domino, la que lleva mi mano hacia los controles del radio. Aun hoy no sé qué fue lo que me llevo a encenderlo. Mi mente está siempre en blanco y desapasionada de distracciones. No era de mi interés información alguna. No hay espacio para otra cosa que no sea aburrimiento y un mal humor, estimo ya crónico, por estos tiempos.

Desde los parlantes, las voces se confundían desde frases intrascendentes, huecas y pintadas de frivolidad; melodías vulgares y tandas que se ufanan de publicitar cosas inservibles que a nadie importan, pero que allí tienen que estar para creer que existen.

En el instante que me descubro prestando atención a “la voz”, es inmediato un escalofrió refrescante sobre las cervicales, el que me recuerda el estar vivo. El ser humano. Y es también en ese mismo instante, donde las brumas ocupan todos los intersticios y de pronto me encuentro transportado a otro lugar, sin formas, ni definición. Solo un desdoblamiento similar a una viaje astral.

No siento nada malo. No detecto cuerpo, ni el pensamiento como hecho físico. No sé cómo llamarlo o, aun, como describirlo exactamente. Tal vez lo más cercano seria llamarlo paz y levedad.

Tampoco distingo los tiempos pasados hasta que una música estridente junto a una voz chillona, me devuelve a la realidad. Una realidad que intempestivamente me aplasta y me deja en un estado de ansiedad y melancolía, que no logro contrarrestar. Menos aun, entender.

El día de labores se transformó en algo bastante más importante que una rutinaria tortura. El purgatorio casi un Spa, en comparación al suplicio. Sin entender por qué, algún influjo hipnótico me obligaba a sentir que desde hoy y para siempre, nada sería más trascendental que ese estado de gracia al que fui arrastrado.

El regreso al hogar, no logra disminuir tampoco los niveles de ansiedad, y por suerte, la consabida falta de interés de Diana para conmigo, es un importante obstáculo menos a franquear. Ayuda el verla vestirse para salir, como siempre, sin notar demasiado mi presencia, pero lo que descubro es que increíblemente, aun esperando que se vaya pronto, yo si detecto la suya. Hace mucho tiempo ya que no la tenía en cuenta, aun desde la molestia. Es muy raro e inquietante.

También es la primera vez que siento el frío metálico del Loft, cuando la puerta se cierra tras sus piernas. No entiendo que es lo que me está pasando, pero algo desde el inconsciente solo quiere que apure el sueño en pos del mañana. Pienso en pastillas para dormir, pero las nauseas se adueñan de mi estomago, y para nada necesarias se demuestran al desmayo instantáneo que se produce en el solo roce de la almohada.

Pronto será mañana…pronto.

Hace años que no disfrutaba un amanecer. Es una nueva intensidad, y toda una variada gama de sonidos los que quitan la somnolencia, y ni siquiera el cansancio crónico que siempre padecí parece afectarme tanto.

Salto de la cama como si esta quemara y el acto de vestirme se convierte en solo eso, dejando atrás los rituales casi psicopáticos plagados de detalles narcisistas.

En los pasillos al desayunador, de reojo, miro la puerta siempre cerrada de la habitación de Diana, tratando de intuir si ella está, sin escuchar movimientos, intuyo que no volvió aun. No es extraño que no regresara. Suele pasar que sus salidas pesadas sean rematadas en casas desconocidas, y demasiado intoxicada como para volver. Lo extraño es que por primera vez, siento una preocupación, antes desconocida en mí.

El sonido del microondas martilla en mis oídos, obligándome a descubrir una nueva, y más aguda, percepción en los sentidos. En cada movimiento, cada acción, es una reafirmación de cambios importantes tanto físicos, como intelectuales. El café estalla en sensaciones dentro de la boca, las texturas cosquillean al contacto de dedos y palmas, haciendo igual de agradables tanto frescuras, como tibiezas. Cada descubrimiento baja sensiblemente los niveles de ansiedad, pero aun así, no pierdo atención sobre el objetivo. Debo estar pronto, lo más pronto posible en la autopista. Algo me empuja, pero no es forzado.

Un ruido de llaves y cerraduras me devuelve a la realidad, y el replicar de tacos finos contra los porcelanatos, confirma su llegada.

El saludo es casi un gruñido, y odio haberla mirado para contestarlo.

Una vorágine de colores vulgares con estallidos rojizos y negruzcos, me dispara una pena infinita. Sorprende tanto el novel interés, como la compasión que me despierta, y logro ver también que debe de notárseme por el ceño prontamente arrugado que se instala en su cara, al mirarme como viendo un fantasma, o aun peor, un loco desquiciado.

Y eso que solo le ofrecí servirle un café.

La negativa suena a desprecio, pero por primera vez lo siento como una molestia, más que como un deseo. Y, sí, es verdad, añoraba su desprecio, denoto que como una forma de sentir al menos una forma de atención, aun, de esa manera enfermiza.

De nuevo los tacos golpean el piso, esta vez alejándose hasta detrás de la puerta que se cierra. También el impacto contra el marco, esta vez suena violento y no, desinteresado como siempre.

La taza vacía es señal para saltar raudo hacia el porche de salida. El ascensor me deposita en las cocheras, y ya dentro del vehículo comienzo a relajarme. Otra sensación de tiempos pasados.

Esta vez el acelerador no toca el piso. No maniobras bruscas, ni nerviosos movimientos. Voy mirando, descubriendo y tratando de entender donde está el efecto o el lugar.

Desespero a medida que se estrechan las distancias, hasta que un reflejo mueve mis dedos a los comandos del equipo de audio. De ahí, todo se repite. Desde ahí, hacia el limbo.

La voz imperante desde dentro de la cabina de peajes, me devuelve la conciencia. Estupefacto, solo atino a mirar el reloj que denuncia una hora larga, escapada de mis recuerdos. Tardo en reaccionar, tanto como, proporcionalmente desencadenan los enojos del dependiente.

Retomo la marcha, y logro recordar solo un último movimiento antes de la pérdida de conciencia. Creo haber logrado responder el primero de los interrogantes al entender como la causante del efecto vortiginoso del tiempo-espacio. El radio.

Centro ahora la atención en discernir si es el aparato en sí, o la emisora en la sintonía, específicamente.

A estas alturas, dirigirme al trabajo, ya no está dentro de las prioridades, y en un brusco giro, retomo la ruta en sentido contrario tratando de lograr nuevamente encontrar el enlace a la fluctuación, en avance lento. Nada pasa hasta las entradas al lujoso edificio donde vivo. Ya dentro de las cocheras, estacionado, paso el resto del día buscando en mi mente, detener las piezas del rompecabezas flotando sincopadas.

Vuelvo a perder la noción del tiempo, pero esta vez, no de conciencia.

El fogonazo me devuelve a la realidad, y desde el auto frente a mí, los ojos extrañados de Diana, me observan con un dejo de inquisición.

Ya en el elevador, hago supremos esfuerzos por no contar lo que viene ocurriéndome, anticipando me tilde de demente, o aun peor, solo ni le importe.

Al preguntar si me encuentro bien, la sensación de bienestar acaecida luego de cada suceso, me asalta confortablemente. Contesto dubitando que si, y alcanzo a distinguir un leve rictus de tranquilidad en su cara.

Algo nuevo e importante nos está pasando. Es evidente.

En la distancia hasta el pent-house, logramos conectarnos más que en los últimos cinco años juntos. Comenta entonces que, en esta pasada mañana, luego de encerrarse en su cuarto, apenas pudo conciliar el sueño pensando en lo extraño del gesto de ofrecerle aquel café a su llegada. También el hecho de ver que anoche no había salido, por primera vez en mucho tiempo. Más aun es su sorpresa al ver el gesto gentil con el que permito adelante su paso. También me sorprendo de mi mismo. No fue un gesto pensado, ni forzado de manera alguna. Solo un acto natural.

La cena es en silencio, pero, esta vez no tiene el formato ritual, ni desinteresado de siempre. Nuestras miradas se cruzan varias veces entre bocados, y hasta las dicroicas del comedor, parece hubiesen regulado la intensidad lumínica a penumbras más agradables.

Cuando se despide con un saludo fraternal y se dirige hacia su habitación, esta vez sin la intención salir; fijo sin intención mis ojos en su puerta cerrándose y algo parecido a una leve ternura me posee, sin mi consentimiento. Solo ocurre.

Cada día desde entonces, los sucesos son recurrentes, y también la paulatina mejoría de la relación.

Con cada viaje al “efecto”, siento que me convierto en una persona diferente. Más humano y hasta bondadoso. Y ante cada leve cambio de mi parte, también noto lo mismo en Diana. No más escapadas nocturnas. No más encuentros furtivos con otras personas, ni búsqueda de sensaciones enfermizas y corrompidas. Y me gusta eso. Me gusta cada vez más.

Ya no somos dos extraños llenos de egoísmo y oprobio. Poco a poco, y cada día, pasamos de compañía a amigos, y parece que hasta siento que estamos enamorándonos nuevamente, sin casi darnos cuenta.
Intentando entender, desarmo el aparato de radio del vehículo, buscando encontrar vaya a saber que elemento extraño pudiese estar creando estos estados. Estos vórtices o limbos, que se abren y cierran automáticos y descontrolados. Nada encuentro, y nada tampoco se me ocurre para explicar que está sucediendo.

Las fichas siguen girando sin definir figuras.

He cambiado radicalmente la forma de conducirme y de ser.

Justamente ahora “soy”. Ya no un ente sin motivaciones y solo con intereses frívolos. Todos mis sentidos se han agudizado permitiéndome descubrir miles de nuevas sensaciones en cada pequeño momento.

Cada lugar conocido, es siempre nuevo y diferente. Los aromas más intensos cada vez. Todos los días, una nueva motivación para vivir, y los viejos vicios definitivamente olvidados en el pasado. Pero, las preguntas siguen sin responderse.

Este día, me despierto entendiendo que no puedo seguir ocultándole a Diana lo que está pasando. Extrañamente no siento miedo a su reacción, sino, entiendo que lo que pase será finalmente lo que determine el futuro de nuestras vidas. La tranquilidad de que será lo que deba ser.

A la distancia, los aromas y sonidos del desayuno, confirman que esta levantada ya. Es extraño, jamás lo ha hecho antes que yo.

Ya en la cocina, dos tazas de café enfrentadas, confirman que esta esperándome. El semblante es sereno, pero a vistas se denota la concentración. Soy yo, el que pierde la lograda minutos atrás, ante la decisión de contarle los sucesos que ocurren desde aquel día.

Esta vez, algo empuja mi saludo hacia sus labios, y el beso es leve pero húmedo de ternura.

El acto es decidido, sin rodeos pide mi atención total y comienza a contar las cosas que le están ocurriendo desde aquella mañana, al regresar de su última salida nocturna.

El relato de los sucesos se me hace familiar en cada forma. Cada palabra y sus tiempos, es exactamente igual a como yo mismo las hubiese armado. Las oraciones decantan desde mi cabeza, a su habla. En cada una, la paz aumenta. Y en cada una, me siento más sano, más cuerdo.

El final del relato la muestra tan relajada como al principio, pero su semblante ha cambiado. Se denota mas terso, como si hubiese perdido años, o una carga por demás pesada.

También siento esa sensación en mí. Mezcla de laxitud y sobrecarga energética.

Al intentar explicar que he experimentado exactamente la misma experiencia, en comunión de tiempos y momentos, sorprende su repentino pedido de silencio. De pronto, sus ojos flotan en humedad, y confiesa que no quiere perder lo logrado. Que en cada pequeño acercamiento, sensaciones de júbilo se iban enquistando en su interior, hasta completar una nueva forma de felicidad jamás antes experimentada de tal forma.

El abrazo estalla en mil colores, e impedir que los sentidos se ahoguen en éxtasis, ya no pudo ser evitado. Hacer el amor como nunca jamás, flotando en ternuras milenarias, descubriendo lo imposible en nosotros mismos, desdoblamientos kármicos y el torbellino. Finalmente, todo se apaga y no mas recuerdos.

Recuperar la conciencia dentro del auto, aparcados al costado de la carretera no intranquiliza en lo absoluto. Diana, a mi lado, se recupera también de la falta de conciencia, y en un primer vistazo ambos notamos la misma paz en el otro.

De frente, la tranquera demarca los límites en el acceso, y a lo lejos la construcción sencilla y rectilínea, denuncia la maraña de hierros que dan forma a la gran antena que escapa de su lomo, como un apéndice superpuesto.

Imposible explicar cómo es que llegamos aquí, pero de alguna forma, ni preocupa, ni es necesario el saberlo. Hay una razón importante, eso es seguro y en un acto coordinado, dejamos atrás la entrada, y nuestros pasos toman el sendero a la construcción, en búsqueda de la contracifra de los sucesos.

Cada paso es un racconto, cada metro revive lo pasado, lo vivido, antes del “efecto”, como si algo o alguien intentara generar análisis de conciencia antes de llegar. Antes de saber.

No existe miedo, ni duda alguna, solo necesidad de entender.

El portal se abre como un abrazo, y el ambiente dentro envuelve en mística.

Cientos de personas, tal vez miles contemplan la figura en los fondos.

En silencio, pero recibiendo información. Convencidos que está bien, que es mejor así, en libertad de albedríos. La conclusión es personal y desde cada uno. También la opción.

Perdemos noción de tiempos y espacios, al fusionarnos en una única conciencia general. Y por fin, la comprensión.

La noche es lánguida y de oscuros intensos. Solo las luces de los vehículos en sentido opuesto, nos reconectan con la realidad. Diana apoya su cabeza sobre mi hombro, y todo está bien. Todo está más que bien.

El gesto frió y el ceño enjuto de Sofía, me despiden sin más. A estas alturas, nuestra pareja es solo inercial…


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