martes, 25 de agosto de 2009

El Profeta

El gesto frío, y el ceño enjuto de Diana, me despidieron sin más. A estas alturas nuestra pareja era solo inercial. La convivencia había ya sobrevivido a todos los estados, y vencidos por el ostracismo, solo nos dejábamos empujar por la rutina. Ambos conocíamos bien los secretos de cada uno y, de la misma forma, la clandestinidad que proponíamos para soportarnos.
Las etapas de terapias estaban ya superadas, y aun, el periodo de experimentación desde todas la variables posibles del intercambio hasta lograr convencernos finalmente que tampoco era el sexo, la mayor de nuestras diferencias.
Los ambientes pequeño burgueses donde nos movíamos, acompañaban el hastío y la mediocridad, haciendo que cualquier atisbo de emoción terminara por extinguirse, convirtiéndonos en algo menos que dos autómatas de ojos muertos. Una pareja de parias unidos solo por el espanto y un sadomasoquismo, tanto intelectual como físico.

La autovía, atiborrada de vehículos, en esta hora temprana de la mañana, eleva mis niveles de bilirrubina proporcionalmente al tiempo que me lleva llegar a las oficinas de la empresa donde, día a día, se desarrollan a capítulos, los funerales más largos de la historia. Cada uno de los días es una nueva muerte. A cuentagotas. Paulatina y sicótica. Igual a esta altura, ¿a quién le interesa?, menos aun a mí.

Es una fuerza que no domino, la que lleva mi mano hacia los controles del radio. Aun hoy no sé qué fue lo que me llevo a encenderlo. Mi mente está siempre en blanco y desapasionada de distracciones. No era de mi interés información alguna. No hay espacio para otra cosa que no sea aburrimiento y un mal humor, estimo ya crónico, por estos tiempos.

Desde los parlantes, las voces se confundían desde frases intrascendentes, huecas y pintadas de frivolidad; melodías vulgares y tandas que se ufanan de publicitar cosas inservibles que a nadie importan, pero que allí tienen que estar para creer que existen.

En el instante que me descubro prestando atención a “la voz”, es inmediato un escalofrió refrescante sobre las cervicales, el que me recuerda el estar vivo. El ser humano. Y es también en ese mismo instante, donde las brumas ocupan todos los intersticios y de pronto me encuentro transportado a otro lugar, sin formas, ni definición. Solo un desdoblamiento similar a una viaje astral.

No siento nada malo. No detecto cuerpo, ni el pensamiento como hecho físico. No sé cómo llamarlo o, aun, como describirlo exactamente. Tal vez lo más cercano seria llamarlo paz y levedad.

Tampoco distingo los tiempos pasados hasta que una música estridente junto a una voz chillona, me devuelve a la realidad. Una realidad que intempestivamente me aplasta y me deja en un estado de ansiedad y melancolía, que no logro contrarrestar. Menos aun, entender.

El día de labores se transformó en algo bastante más importante que una rutinaria tortura. El purgatorio casi un Spa, en comparación al suplicio. Sin entender por qué, algún influjo hipnótico me obligaba a sentir que desde hoy y para siempre, nada sería más trascendental que ese estado de gracia al que fui arrastrado.

El regreso al hogar, no logra disminuir tampoco los niveles de ansiedad, y por suerte, la consabida falta de interés de Diana para conmigo, es un importante obstáculo menos a franquear. Ayuda el verla vestirse para salir, como siempre, sin notar demasiado mi presencia, pero lo que descubro es que increíblemente, aun esperando que se vaya pronto, yo si detecto la suya. Hace mucho tiempo ya que no la tenía en cuenta, aun desde la molestia. Es muy raro e inquietante.

También es la primera vez que siento el frío metálico del Loft, cuando la puerta se cierra tras sus piernas. No entiendo que es lo que me está pasando, pero algo desde el inconsciente solo quiere que apure el sueño en pos del mañana. Pienso en pastillas para dormir, pero las nauseas se adueñan de mi estomago, y para nada necesarias se demuestran al desmayo instantáneo que se produce en el solo roce de la almohada.

Pronto será mañana…pronto.

Hace años que no disfrutaba un amanecer. Es una nueva intensidad, y toda una variada gama de sonidos los que quitan la somnolencia, y ni siquiera el cansancio crónico que siempre padecí parece afectarme tanto.

Salto de la cama como si esta quemara y el acto de vestirme se convierte en solo eso, dejando atrás los rituales casi psicopáticos plagados de detalles narcisistas.

En los pasillos al desayunador, de reojo, miro la puerta siempre cerrada de la habitación de Diana, tratando de intuir si ella está, sin escuchar movimientos, intuyo que no volvió aun. No es extraño que no regresara. Suele pasar que sus salidas pesadas sean rematadas en casas desconocidas, y demasiado intoxicada como para volver. Lo extraño es que por primera vez, siento una preocupación, antes desconocida en mí.

El sonido del microondas martilla en mis oídos, obligándome a descubrir una nueva, y más aguda, percepción en los sentidos. En cada movimiento, cada acción, es una reafirmación de cambios importantes tanto físicos, como intelectuales. El café estalla en sensaciones dentro de la boca, las texturas cosquillean al contacto de dedos y palmas, haciendo igual de agradables tanto frescuras, como tibiezas. Cada descubrimiento baja sensiblemente los niveles de ansiedad, pero aun así, no pierdo atención sobre el objetivo. Debo estar pronto, lo más pronto posible en la autopista. Algo me empuja, pero no es forzado.

Un ruido de llaves y cerraduras me devuelve a la realidad, y el replicar de tacos finos contra los porcelanatos, confirma su llegada.

El saludo es casi un gruñido, y odio haberla mirado para contestarlo.

Una vorágine de colores vulgares con estallidos rojizos y negruzcos, me dispara una pena infinita. Sorprende tanto el novel interés, como la compasión que me despierta, y logro ver también que debe de notárseme por el ceño prontamente arrugado que se instala en su cara, al mirarme como viendo un fantasma, o aun peor, un loco desquiciado.

Y eso que solo le ofrecí servirle un café.

La negativa suena a desprecio, pero por primera vez lo siento como una molestia, más que como un deseo. Y, sí, es verdad, añoraba su desprecio, denoto que como una forma de sentir al menos una forma de atención, aun, de esa manera enfermiza.

De nuevo los tacos golpean el piso, esta vez alejándose hasta detrás de la puerta que se cierra. También el impacto contra el marco, esta vez suena violento y no, desinteresado como siempre.

La taza vacía es señal para saltar raudo hacia el porche de salida. El ascensor me deposita en las cocheras, y ya dentro del vehículo comienzo a relajarme. Otra sensación de tiempos pasados.

Esta vez el acelerador no toca el piso. No maniobras bruscas, ni nerviosos movimientos. Voy mirando, descubriendo y tratando de entender donde está el efecto o el lugar.

Desespero a medida que se estrechan las distancias, hasta que un reflejo mueve mis dedos a los comandos del equipo de audio. De ahí, todo se repite. Desde ahí, hacia el limbo.

La voz imperante desde dentro de la cabina de peajes, me devuelve la conciencia. Estupefacto, solo atino a mirar el reloj que denuncia una hora larga, escapada de mis recuerdos. Tardo en reaccionar, tanto como, proporcionalmente desencadenan los enojos del dependiente.

Retomo la marcha, y logro recordar solo un último movimiento antes de la pérdida de conciencia. Creo haber logrado responder el primero de los interrogantes al entender como la causante del efecto vortiginoso del tiempo-espacio. El radio.

Centro ahora la atención en discernir si es el aparato en sí, o la emisora en la sintonía, específicamente.

A estas alturas, dirigirme al trabajo, ya no está dentro de las prioridades, y en un brusco giro, retomo la ruta en sentido contrario tratando de lograr nuevamente encontrar el enlace a la fluctuación, en avance lento. Nada pasa hasta las entradas al lujoso edificio donde vivo. Ya dentro de las cocheras, estacionado, paso el resto del día buscando en mi mente, detener las piezas del rompecabezas flotando sincopadas.

Vuelvo a perder la noción del tiempo, pero esta vez, no de conciencia.

El fogonazo me devuelve a la realidad, y desde el auto frente a mí, los ojos extrañados de Diana, me observan con un dejo de inquisición.

Ya en el elevador, hago supremos esfuerzos por no contar lo que viene ocurriéndome, anticipando me tilde de demente, o aun peor, solo ni le importe.

Al preguntar si me encuentro bien, la sensación de bienestar acaecida luego de cada suceso, me asalta confortablemente. Contesto dubitando que si, y alcanzo a distinguir un leve rictus de tranquilidad en su cara.

Algo nuevo e importante nos está pasando. Es evidente.

En la distancia hasta el pent-house, logramos conectarnos más que en los últimos cinco años juntos. Comenta entonces que, en esta pasada mañana, luego de encerrarse en su cuarto, apenas pudo conciliar el sueño pensando en lo extraño del gesto de ofrecerle aquel café a su llegada. También el hecho de ver que anoche no había salido, por primera vez en mucho tiempo. Más aun es su sorpresa al ver el gesto gentil con el que permito adelante su paso. También me sorprendo de mi mismo. No fue un gesto pensado, ni forzado de manera alguna. Solo un acto natural.

La cena es en silencio, pero, esta vez no tiene el formato ritual, ni desinteresado de siempre. Nuestras miradas se cruzan varias veces entre bocados, y hasta las dicroicas del comedor, parece hubiesen regulado la intensidad lumínica a penumbras más agradables.

Cuando se despide con un saludo fraternal y se dirige hacia su habitación, esta vez sin la intención salir; fijo sin intención mis ojos en su puerta cerrándose y algo parecido a una leve ternura me posee, sin mi consentimiento. Solo ocurre.

Cada día desde entonces, los sucesos son recurrentes, y también la paulatina mejoría de la relación.

Con cada viaje al “efecto”, siento que me convierto en una persona diferente. Más humano y hasta bondadoso. Y ante cada leve cambio de mi parte, también noto lo mismo en Diana. No más escapadas nocturnas. No más encuentros furtivos con otras personas, ni búsqueda de sensaciones enfermizas y corrompidas. Y me gusta eso. Me gusta cada vez más.

Ya no somos dos extraños llenos de egoísmo y oprobio. Poco a poco, y cada día, pasamos de compañía a amigos, y parece que hasta siento que estamos enamorándonos nuevamente, sin casi darnos cuenta.
Intentando entender, desarmo el aparato de radio del vehículo, buscando encontrar vaya a saber que elemento extraño pudiese estar creando estos estados. Estos vórtices o limbos, que se abren y cierran automáticos y descontrolados. Nada encuentro, y nada tampoco se me ocurre para explicar que está sucediendo.

Las fichas siguen girando sin definir figuras.

He cambiado radicalmente la forma de conducirme y de ser.

Justamente ahora “soy”. Ya no un ente sin motivaciones y solo con intereses frívolos. Todos mis sentidos se han agudizado permitiéndome descubrir miles de nuevas sensaciones en cada pequeño momento.

Cada lugar conocido, es siempre nuevo y diferente. Los aromas más intensos cada vez. Todos los días, una nueva motivación para vivir, y los viejos vicios definitivamente olvidados en el pasado. Pero, las preguntas siguen sin responderse.

Este día, me despierto entendiendo que no puedo seguir ocultándole a Diana lo que está pasando. Extrañamente no siento miedo a su reacción, sino, entiendo que lo que pase será finalmente lo que determine el futuro de nuestras vidas. La tranquilidad de que será lo que deba ser.

A la distancia, los aromas y sonidos del desayuno, confirman que esta levantada ya. Es extraño, jamás lo ha hecho antes que yo.

Ya en la cocina, dos tazas de café enfrentadas, confirman que esta esperándome. El semblante es sereno, pero a vistas se denota la concentración. Soy yo, el que pierde la lograda minutos atrás, ante la decisión de contarle los sucesos que ocurren desde aquel día.

Esta vez, algo empuja mi saludo hacia sus labios, y el beso es leve pero húmedo de ternura.

El acto es decidido, sin rodeos pide mi atención total y comienza a contar las cosas que le están ocurriendo desde aquella mañana, al regresar de su última salida nocturna.

El relato de los sucesos se me hace familiar en cada forma. Cada palabra y sus tiempos, es exactamente igual a como yo mismo las hubiese armado. Las oraciones decantan desde mi cabeza, a su habla. En cada una, la paz aumenta. Y en cada una, me siento más sano, más cuerdo.

El final del relato la muestra tan relajada como al principio, pero su semblante ha cambiado. Se denota mas terso, como si hubiese perdido años, o una carga por demás pesada.

También siento esa sensación en mí. Mezcla de laxitud y sobrecarga energética.

Al intentar explicar que he experimentado exactamente la misma experiencia, en comunión de tiempos y momentos, sorprende su repentino pedido de silencio. De pronto, sus ojos flotan en humedad, y confiesa que no quiere perder lo logrado. Que en cada pequeño acercamiento, sensaciones de júbilo se iban enquistando en su interior, hasta completar una nueva forma de felicidad jamás antes experimentada de tal forma.

El abrazo estalla en mil colores, e impedir que los sentidos se ahoguen en éxtasis, ya no pudo ser evitado. Hacer el amor como nunca jamás, flotando en ternuras milenarias, descubriendo lo imposible en nosotros mismos, desdoblamientos kármicos y el torbellino. Finalmente, todo se apaga y no mas recuerdos.

Recuperar la conciencia dentro del auto, aparcados al costado de la carretera no intranquiliza en lo absoluto. Diana, a mi lado, se recupera también de la falta de conciencia, y en un primer vistazo ambos notamos la misma paz en el otro.

De frente, la tranquera demarca los límites en el acceso, y a lo lejos la construcción sencilla y rectilínea, denuncia la maraña de hierros que dan forma a la gran antena que escapa de su lomo, como un apéndice superpuesto.

Imposible explicar cómo es que llegamos aquí, pero de alguna forma, ni preocupa, ni es necesario el saberlo. Hay una razón importante, eso es seguro y en un acto coordinado, dejamos atrás la entrada, y nuestros pasos toman el sendero a la construcción, en búsqueda de la contracifra de los sucesos.

Cada paso es un racconto, cada metro revive lo pasado, lo vivido, antes del “efecto”, como si algo o alguien intentara generar análisis de conciencia antes de llegar. Antes de saber.

No existe miedo, ni duda alguna, solo necesidad de entender.

El portal se abre como un abrazo, y el ambiente dentro envuelve en mística.

Cientos de personas, tal vez miles contemplan la figura en los fondos.

En silencio, pero recibiendo información. Convencidos que está bien, que es mejor así, en libertad de albedríos. La conclusión es personal y desde cada uno. También la opción.

Perdemos noción de tiempos y espacios, al fusionarnos en una única conciencia general. Y por fin, la comprensión.

La noche es lánguida y de oscuros intensos. Solo las luces de los vehículos en sentido opuesto, nos reconectan con la realidad. Diana apoya su cabeza sobre mi hombro, y todo está bien. Todo está más que bien.

El gesto frió y el ceño enjuto de Sofía, me despiden sin más. A estas alturas, nuestra pareja es solo inercial…


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sábado, 22 de agosto de 2009

Ciudad de monstruos

El escondite no era demasiado seguro. Tampoco cómodo.
Conseguir provisiones cada día, era arriesgarse a ser descubierto y, por lo tanto, asimilado instantáneamente. También al entablar comunicación para cada intercambio, toda la atención, puesta a disimular el rechazo y las nauseas que me causa la cercanía al mero contacto.
Debo evitar ser contagiado a cualquier costo.
Maldigo el día que llegue a esta cuidad corrompida, desconociendo la peste.
Su canto de Ninfas fueron las mejoras y cambios, que proponía a los cándidos que caímos en sus dominios. Mejoras y cambios económico sociales, eran más que un anzuelo a los desprevenidos que como yo mismo, intentábamos crecer en este mundo ya casi sin espacios.
Poco a poco, devoraba y regurgitaba, a cada uno de sus nuevos habitantes. Noveles soldados de la causa, infectados e infecciosos.
No sé aun porque extraña causa, desde un primer momento logré escapar indemne de los centros de reunión, símil tribus. Tal vez, con algún tipo de inmunización que desconocía. Algo, intuyo más adquirido que genético.
El observar sus ritos, llenos de ponzoña y vilezas; rápidamente me permitió poner guardia y prevenirme, desarrollando un instinto de supervivencia automatizado, en sincronización extrema.
Metódico e imperceptible, entendí que la clave estaba en pasar desapercibido confundiéndome en sus miserias.
Imperceptible no significaba escondido, sino casi todo lo contrario. A ojos de la porquería, es fácil disimular haciéndose pasar por una mutación más del entorno. Quizá al principio hay una pequeña desconfianza, pero luego, eres uno de ellos, otra insignificancia en el montón.
Atento a lo importante, no desafiar. No competir con la mediocridad de líderes y dominios, ya que el solo intento de mostrar iniciativas o inspiración alguna, te convertía en el blanco de sus elucubraciones y tramoyas. Rápidamente todos sus esfuerzos prestos a la contaminación y, convertirte o eliminarte.
En su poder obran todos los centros de abastecimientos. Todo organismo burócrata y de necesidad. La embestida ocupo primeramente esos puntos, claves obviamente para el dominio y el paulatino contagio. Luego, uno a uno, medios de comunicación y lugares de reunión, fueron sumados a la difusión de la causa.
Toda una batería de imágenes y sensaciones, puesta a disposición de atontar las voluntades. Todo el márquetin desarrollado consuetudinariamente, a fin de atontar y finalmente desterrar, las defensas de los incautos.
Al correr de los tiempos, la info de que en otras ciudades, la peste comenzaba a adentrarse y ganar terreno, hizo que desestimara por el momento tratar de escapar y me abocara a la paciente tarea, de adaptar las estrategias de supervivencia, hasta poder encontrar finalmente el resquicio en el mundo donde podría estar protegido.
También, mis tiempos se ocupaban en buscar la posibilidad de que otros como yo, hubiesen podido descubrir y evitar la enfermedad a tiempo. Ciclópea tarea, e inútil. Supongo que de existir algunos más, y de haber podido mimetizarse tanto como yo, los habría convertido en indetectables aun para mí. En pocos percibí atisbos de sanidad, pero el riesgo de evidenciarme era demasiado alto. Ser descubierto era a esa altura, el exterminio, para mí, y para los planes de escape ya bastante desarrollados. También, la inútil inmolación de mis seres queridos, porque todo me quito la peste. Todo.
Tampoco pude hacer nada para salvarla. Sucumbió a los contagios, incapaz de mantenerse fuera de los sitios de concentración de las bestias corrompidas. Le faltó el carácter y la estabilidad emocional para lograr prudentes distancias. Cada día perdía fuerzas, y el desequilibrio comenzó a sodomizarla, haciendo que perdiera referencias y la capacidad de leer a tiempo los síntomas. Prefirió ser asimilada, a sentirse sola, diferente. A enfrentarlos. Finalmente, y ante mis esfuerzos estériles, fue arrastrada a los dominios de la pestilencia. Hubiese dado mi vida por salvarla, pero irónicamente, debo evitarla hoy más que a nadie. La amenaza de su delación, me expone más que nunca.
En el enfermizo afán de protegerla, puse a la vista algunas de mis partes más cuidadas. Baje guardias en demasía, y solo terminé logrando que perdiera el rumbo. Me equivoque, es mi error, pero no debo dejar que sea en vano. Su sacrificio debe potenciarme.
Más concentración y más empeño, en la búsqueda del escape final. Estoy agobiado, pero los tiempos acelerados a mi voluntad, son placebo a mis fuerzas. Pronto la estrategia de escape estará completa. También la posibilidad de dejar abierto un canal que pueda ser visualizado por los no contagiados. Pongo todo a esa opción.
Esta mañana, la decisión está tomada.
Emprendo la fuga, con más equipaje que lo puesto. El horizonte está claro y es un buen designio. Sé que el camino es pesado, tedioso, y mantenerse raya el paroxismo, pero las fuerzas me posesionan a la vez que voy logrando distancias. Sé que encontraré mi lugar. Esta allí, esperándome.
Dejo señales convenientemente disfrazadas, y quedarán para el que las pueda decodificar. El que sepa como buscar, las encontrará. El que las encuentre, comprenderá. Y el que comprenda, habrá encontrado finalmente la cura que los libere de esta…ciudad de monstruos.
Si tienen con qué, busquen las señales. Allí estarán para los que quieran verlas.

La Soledad

La soledad
Hoy no vi a nadie.
Hoy no hable con nadie.
Hoy no toque a nadie.
Esta misma soledad que me aplasta,me acongoja,que me devora de un solo bocado,
cada nuevo dia me vomita mas fuerte,mas seguro de mis razones y con menos dudas.
Mas racional y pensante.Mas logico y preparado.
Me aleja y me acerca mas al dolor,mi dolor.Como un pendulo infinito,arrogante e inflexible,va y viene,se aleja y vuelve con mas impetu.Da y quita todo el tiempo,como una madre que paga culpas,como un maestro celoso.Creativa y enajenada,me deprime y me da total libertad.
La soledad.Estoy solo,mucho.
Por momentos la domo,soy su dueño y ella mi esclava.La sodomizo,le hago el amor y me regala todo fantasia.Soy quien quiero,juego con ella y me mima.Es dulce,tierna y me llena de halagos.
Pero toma lo suyo.Cuando se le antoja,me devuelve a la realidad y soy yo el sodomizado.
Cae sobre mi,y se cobra su cuota de miserias y verguenzas.De pasado y de lagrimas.
La soledad,mi eterna amiga y enemiga.Mi gran amante y carcelera.
Hoy no vi a nadie.
Hoy no hable con nadie.
Hoy no toque a nadie.

viernes, 21 de agosto de 2009

Los guardianes de la casona

Un viento insolente, golpea el temple de la vieja casona en abandonos. Bate sus postigos inmisericorde, y se aplasta contra sus señoriales galerías.

Siempre me causo una curiosidad extrema. A metros de mi casa de crianza, casi como dominando el barrio en expansión, nos llenaba de fantasías y era compañera de juegos y aventuras para el tropel de cara sucias que habitábamos en las inmediaciones. Esporádicamente, una pareja de viejecillos asomaban los surcos de sus caras por entre el cortinaje, con gestos más bondadosos que iracundos, quejándose de la invasión que hacíamos a sus dominios. Pero estoy casi seguro que, siempre era mas para participar de nuestros juegos aun con sus bufas, que por molestias ocasionadas. Y por lo menos el hombre, aun inconscientemente participaba, por su extremo parecido a “Alfred”, el fiel mayordomo de “Batman”. Jamás habrá entendido las veces que molestamos su timbre y al abrir el inmenso portal, el grito de la banda era....”Alfred, prepara el Batimóvil rápido, nos llaman a combatir el crimen”, y entre risas corríamos escapando de una ira mal actuada. En su techo hacían nido las cientos de palomas de la plazoleta a su frente, por medio la calle. Y eran blancos de los gomerazos (hondazos) de práctica de tiro, que solíamos hacer los émulos de cazadores de patos citadinos. Viejos y añorados buenos tiempos.

Parado en su frente, casi como un autista, mis sentidos se aúnan con la herrumbrada estructura, cuando las cortinas se corren y alcanzo a distinguir dos pares de brillitos conocidos entre las penumbras. Saludo amablemente con un leve movimiento de cabeza, y tímidamente entorno los pasos y me voy, con una mezcla de sorpresa y extraña alegría.

Que bueno es saber que aun pasados mas de cincuenta años, los guardianes de la inocencia, de los juegos y las aventuras infantiles, siguen vigilantes e invitando a las fantasías, y que estarán por siempre.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Entrada la Noche


Por las noches, emprendía un viaje a la fantasía.
Dormía los cansancios acumulados y en un rictus de gozos….., entraba casi en un estado de trance.
Pronto, se veía en los frentes de un pequeño chalet de piedras y tejas…., cuasi vulgar en la arquitectura….., pero que despedía un fulgor tibio y dulce.
Como si en vez de una morada….., fuese la torta de la abuela….., construida con la misma paz. Habitada con la misma paz.
Perdonen si la comparación no es tan lúcida……., pero no encontré una mejor forma de describirla……., y es que así se sentía.
Acercándose al pórtico, los primeros bullicios lo envolvían en caricias……, y el ingresar lo terminaba de transportar al éxtasis.
Unos pares de manitas se prendían de sus piernas……, y desde la distancia, unos brazos un poco más grandes y torneados corrían hacia su pecho….., como empujados por un magneto invisible.
Ella….., la mujer más hermosa que podría haber pintado desde sus deseos….., le rozaba las mejillas con dulzura….., y lo besaba casi como si le fuese la vida toda al hacerlo.
El beso duraba existencias enteras.
Como nacimientos y muertes acontecidos, como que Einstein tenía razón, y el tiempo definitivamente es curvo, porque un segundo eran mil años.
Soltarla era sentirse vacío….., pero mayor es aun...., el suplicio de seguir aguantando mucho más tiempo el sostener los pantalones en su lugar..., en razón de los jalones insistentes y continuados de la bestia enana que…., debajo de su cintura, reclama el mismo grado de atenciones.
La eleva en sus brazos…., acurrucándola entre sí…., ensaya un simulacro de ahorcamiento lleno de ternura y en una contorsión plena de destrezas…, un tanto reñida con el actual estado de sus articulaciones…., se deshace de ataches, abrigos y calzado, sin molestar, ni soltar su carga.
Es preferible soportar las roturas parciales o totales de sus miembros….., a la de sus tímpanos…., que podrían llegar a ocasionar los berreos del monstruito a babuchas.
El sillón tenía delineadas ya sus formas.
Casi como que también lo estaba esperando con las mismas y tantas ansias, que el resto de los componentes que habitaban esa casa.
Un dictatorial llamado a la mesa, suspendía de plano toda sesión de juegos y torturas cosquilléanas........, entre lamentos y quejas de la pequeña torturada......, y aun los del entremetido sillón.
La cena era un juego más…., y ahora la mayor de las damas era la quejosa. Y justa razón tiene.
Después de todo, seria a ella a la que le tocaría encargarse de las manifestaciones artístico-culinarias que terminaban decorando los alrededores de mesa y ropajes.
Igual…., para ser justos…., él colaboraría permitiendo que la mitad de la losa llegara sana a la cocina.
La otra mitad….., normalmente…., era perdida en el camino.
El gnomo no tardaba demasiado tiempo en caer en un letargo…., plagado de babitas en la comisura de los labios.
Siempre acompañado por un rítmico sincopado murmullo…., mezcla de ronroneo y ronquido.
Él entones la levantaba en brazos y la llevaba a su cuna…., cuna que por cierto…., ya apenas si podía contener los tamaños bastante más desarrollados que el día que fue estrenada.
Y ella mientras……, comenzaba el clima……
Haciéndose la disimulada….., como desinteresándose de lo que sabía…., quería….., y esperaba fuese a pasar.
Sin velas….., pero con su misma luz.
Sin música…., pero con la misma romántica melodía flotando en el aire. Sin champagne….., pero paladeando su sabor desde aquella primera vez.
No era necesario repetir los rituales…., estos estaban ya estigmatizados en ambos.
No era necesario forzar situaciones…., ya estaban seguros…., convencidos….., que lo que cada uno de ellos sentía por el otro, valía de por si más que cualquier gesto o preparación. Que cualquier detalle.
Porque mirando dentro de sus ojos, esos detalles quedaban en evidencia.
Porque aun, sin hacer el amor todos y cada uno de los días….., en el abrazo antes de cerrar los ojos…., antes de apagar el consciente…., se dibujaban las formas del complemento.
En perspectiva…, una única forma y todo.
Él estiraba cerrar sus ojos.
Los esfuerzos eran titánicos para escaparle al cansancio y mantener el momento…, perpetuo e infinito en los tiempos….., aun sabiendo que al otro día…, y al día siguiente a este….,  y al otro…., solo tendría que volver a conciliar el sueño......, y una...... y otra vez ellas volverían nuevamente a su vida.
Todo…., y hasta su sillón…., volverían a estar allí…., nuevamente con él.

Por las mañanas…., estira el brazo hacia el otro lado de la cama en un acto reflejo.
La desesperación que le devuelven el frió y el vacío…., también es instantánea.
Se recupera en un par de segundos…., y aun sin ganas…., ya casi sin fuerzas para seguir…., sale de la cama con movimientos aletargados.
Es domingo. Un domingo mas e igual a tantos otros.
Primavera y de sol….., pero él no logra distinguirlo.
Hace ya mucho…., demasiado…., que domingos y también el resto de sus semanas….., están teñidas de un gris brumoso y melancólico.
El camino lo arrastra….., lo jala inmisericorde hacia el páramo de gramillas cortadas con esmero.
En el trecho del final los mármoles sobresalen…… y ahí lo esperan.
Siempre lo esperan.

Entrada la noche…., emprende su viaje a la fantasía.
Todos…., y cada uno de sus días.
Entrada la noche………., puede cerrar los ojos...por fin.





El Envase

Un envase vacío. De estilizadas formas y colores.
Quizá, y solo quizá, alguna vez ocupado con un elixir pleno, desbordante de fragancias y sabores.
Arrogante, esperando las mieles del bon vivant.
Inconsciente de tiempos y maduraciones, y en la creencia de que jamás se perdería a la hora de reflexiones futuras.
Incauto, tal vez, y solo, tal vez, en apuros a vivencia sin medida, sin distinguir por ello quien seria merecedor de tal halago. No pudo contener a quienes, nuevos ricos, miran de reojos las góndolas, ignorantes, sin estilo y prepotentes, con el solo fin de que los otros adulen su adquisición, sin la admiración que el merito provoca, sino con recelos y envidias.
Indolentes a la hora de la degustación y que se beben a borbotones, casi con sorna, los contenidos, sin medir consecuencias generadas.
Un envase vacio. Otro más. De esos que una vez usufructuados, sin glorias, y con penas, decorativos estratégicos lugares a vistas, en canastos de basura, con el solo fin de que las gentes vean manifiesto poder sobre sus adquisiciones.
Un envase vacío. El que tal vez, y solo tal vez, sienta la piedad y a partir del mal gusto, transforme su utilidad en un objeto vistoso en alguna mesa de luz trasnochada, que torne sus días en bendiciones de tortuosas noches.
Un envase vacío.
Lastimosamente vacío.
Irremediablemente ya, vacío.

sábado, 8 de agosto de 2009

Maravillosamente imprudente

El timbre me saca de un sueño, soñado, valga la redundancia. Demasiado temprano para amigo alguno. Están más que enterados de las iras que me invaden, si osan interferir temprano mis debates con un Morfeo, de mejores y más contorneadas formas, que el personificado en los libros. Refunfuñando, como para no dejar la imagen de ogro petulante, bajo torpemente las escaleras desde el dormitorio, mientras voy practicando el ejercicio de retorcimiento de pescuezos que practicaré sobre el ídem del inconsciente que sigue prendido al llamador. Abro la puerta, con un estilo mezcla de Bogard ,Búster Keaton y nuestro Capitán Piluso, tan característico en mi, a la ves que doy cuentas del error mas grande que he cometido en mi vida. Los ojos más increíbles que he visto, me recorren sin vergüenzas al compás de una risita burlona, mientras caigo en cuentas que una brisa fresca hace blanco en mis partes pudendas, no tan pudendas en este momento. Y para colmo de males, ya sabemos lo que el frió hace con ellas. Disimulo mi vergüenza, detrás de un aire superado y divanezco, convirtiendo el descuido en un acto patético, ....pero bueno!!, así somos, ....que tanto!!.

Sin mas que mas, y a puro descaro, ingresa en la casa, casi corriéndome de su paso. Entre lo absorto de mi situación, y lo jugado de su desfachatez, no podía articular palabra y menos aun cuestionar nada. Sin mediar explicación se posa sobre el sillón, cruza sus maravillosas piernas y comienza su perorata discursiva. A esta altura, la sorpresa convenientemente adobada con una bobera única, habían hecho de mi un autómata cuasi mudo, solo emitente de guturales sonidos onomatopéyicos, tipo ....ahhh!!!,.....ugh!!y símil.

Apenas tapado con el almohadón del sillón, miraba sus labios moverse, sus gestos llenos de gracia e histeria, pero no estaba en condiciones de escuchar absolutamente nada de sus dichos, ya que la música de violines sonando en el ambiente, estaba demasiado alta.

Tal ves fueron minutos, para mi, vidas enteras. La magia de sus gesticulaciones hipnotizándome, elevándome al Walaha, haciendo de mi un ser mejor, sin memoria, ni pasados, solo ella y yo, hoy, ahora y por siempre. Bailando con Ángeles, creando mil poesías por minuto, muriendo y renaciendo en cada abrir y cerrar de sus ojos. Surcando cielos en estelas de cometas de su mano, y sabiendo ya, y para siempre, que nada más será importante para mí después de ella. Luego de esa bendita entrada tan maravillosamente imprudente, y doy gracias.

En la misma nube que la trajo a mi vida, sube nuevamente, recogiendo la carpetita que no se en que momento dejo en mis manos. Levita, flota con la gracia de un querubín hasta la puerta y con esa misma picara y burlona sonrisa, llena de ojitos titilando como luciérnagas, estrecha mi mano y se aleja escaleras abajo.

Tal ves fueron solo segundos, pero parecieron horas las que tarde en salir del estado de letargo y tontería, caigo en cuentas que no se su nombre ni donde hallarla, y la desesperación me abusa reiteradamente. Debo buscarla. Debo encontrarla ya, o nunca volveré a ser el mismo. Nunca jamás podré dejar de sentirme solo desde ahora, desde ella. Raudo me visto y ya, hasta encontrarla saldré en su búsqueda.

Cuando escucho el timbre nuevamente, el corazón parece querer escapárseme del pecho y trastabillo corriendo hacia la puerta, arrastrando muebles y pantalón a medio subir. Casi me arranco la nariz al abrir desesperadamente pero no es la imagen que espero encontrar la que veo frente mío. Otra bella mujer me sonríe desde el pórtico, con mismo buen vestir y arreglo, misma carpetita bajo el brazo. Saliendo de la decepción, solo atino a balbucear un tímido ..... ¿ Si, que necesita?, y ....vengo por el aviso!!!, es la contestación a la ves que estrecha mi mano en señal de cordial presentación. La pregunta surge casi como lastimando, como una cuchillada furibunda y mortal,.... ¿ de que aviso me habla?, repregunto, ....el del diario!!!, replica,...¿no es acá donde solicitan una Secretaria Ejecutiva???,....aquí traje mi currículo!!!, marca, mostrando la carpetita en sus manos,..... ¿No es aquí entonces??.Con un gesto adusto, pero tratando de ser amable, señalo las escaleras indicando la dirección que especifica, un piso arriba de este. En segundos recapacito mi error y me dejo caer pesadamente de rodillas al piso, a sabiendas que no volveré a verla ni tengo como poder ubicarla.

Desde ese día, siempre estoy alerta. Soñando con verla aparecer de nuevo tras mi puerta, siempre y cada vez que el timbre suena, corro alocadamente a atender, libreta de direcciones y bolígrafo en mano, grabadora de imágenes y sonido, los teléfonos de la SIDE, FBI, KGB e INTERPOL. Esta ves no me tomará desprevenido. Se que vendrá. Yo, espero. Agazapado, y por supuesto, para que me reconozca a primeras vistas, obviamente, desnudo.

Un día despues de vos

Hace frió.
Una noche como varias desde aquel día.
Camino por la costanera de la cuidad. Miro hacia el mar, a lo lejos distingo las tenues luces de los barcos de pesca varados, y sus fantasmagóricos reflejos, que parecen dormir sobre las aguas calmas del oscuro mar.
Me golpea la cara una brisa gélida haciéndome solo por un momento recordar donde estoy, que solo por un pequeño lapso logra abstraerme de mis pensamientos.
Enciendo un enésimo cigarrillo, y millones de chispas llevadas por el viento, surcan raudamente el espacio, sin otro destino que el extinto final. Casi me siento uno más de ellas. Encarcelado a un destino implacable. El momentáneo brillo y calor, librado a fuerzas superiores y el inevitable ocaso. En mi cabeza suena esa eterna melodía, la que me acompaña desde entonces y en todo momento.
La tristeza es el mejor abrigo posible. Solo ella es capaz de hacerme olvidar el frió.
Es tarde, no sé cuánto, tampoco me preocupa.
Desde aquel ultimo día, ya jamás volví a preocuparme por tiempos ni horarios. Como si la información genética que nos lleva a ser quiénes somos y traza un plan de vida automático, de pronto se hubiera borrado. Ya nada más será importante. Sin querer, sin desearlo, internamente uno sabe que ya nada será importante.
Vuelan recuerdos flasheados sin control. Tampoco me importaría controlarlos. Son ilógicos y fortuitos. Me depositan en lugares y en situaciones vividas sin piedad. Golpean inmisericordes con, por momentos tus risas, por momentos tus lagrimas, causando el mismo doloroso efecto cualquiera de ambas. De ambas era el causante. De ambas el culpable. De ambas el condenado.
La maldita melodía sigue allí, como obligándome a vivir una y mil veces la historia. Como si hubiese algo que aun no puedo ver, que no logro descifrar, y presionara a seguir buscando.
No quiero ir a verte, para qué??, como siempre hablaré solo yo y seguirás sin contestar. Una y mil veces preguntaré las mismas cosas y una y mil veces solo escucharé el rumor de la brisa rozando los árboles y el frío mármol. No obtendré respuesta alguna. Ya no puedes dármelas. Ni creo que quisieras, aun estando viva.
Trato de sentir hambre, sueño, cansancio, algo que me descubra humano y vivo. Algo que me ayude a olvidar por un momento, y solo por un momento, este largo, ya perpetuo e insoportable, día después de vos.