viernes, 19 de diciembre de 2008

Asesinatos por carácter transitivo

La cena ya estaba fría e intragable.
Un par de huevos revueltos y embutidos de cerdo, no son demasiado apetecibles en ese estado. Tampoco la copa de vino rancio me empuja a beberla. Definitivamente será otra noche más sin comer. Y el hambre me está matando.
El cuarto en penumbras apenas disimula el desorden, con la falta de limpieza al tono. Pero, bueno...qué coño!!!, así nos gusta, en definitiva.
De ese modo jamás nos faltara la compañía de alimañas y la más variada gama de bacterias, que puedan llegar a desarrollarse en este ambiente, tanto o mas hostil para nosotros, los bípedos mamíferos mortales, como para ellas mismas.
Completan el cuadro, la música de Colé Porter, con arreglos de la Real Filarmónica Citadina de bullicios, sirenas y estampidos varios.
Ron, no quedó. Tampoco cigarrillos.
Quizá podría jugar un rato ruleta rusa, de no ser que ni balas me quedan. En fin, de no ser por mi gran autoestima, diría que mi vida hoy por hoy, es un tanto patética.
El espejo del baño se apiada de mí, apenas dejándome ver entre los restos de sarro, una cara que casi no reconozco, detrás de una barba de días, unos ojos oscuros y los primeros síntomas de años en progreso.
De aburrido es que decido bañarme y, al decir de Rita, la condescendiente vecina esposa del casero,” debería de aburrirme mas seguido”. Algún dia entenderé a que se refiere con eso.
El timbrar del móvil, me despierta del letargo y salto de la bañera a atender, a esa altura convertido en una masa gelatinosa, blanquecina y arrugada.
La voz detrás del auricular me regresa rápidamente a la realidad. Es definitivamente otro buen dia.
El, últimamente, ya rutinario asesinato nuestro de cada día.
Mismo modus operandi. La amputación de la hipófisis como souvenir. Mismos destinatarios.
A esta altura, nada nuevo que pueda dar pistas de los causantes. Obvios motivos, al menos eso parece. Ninguna evidencia.
De nada sirven mis argumentos para evitar tener que llegar hasta la escena del crimen.
La intimación a concurrir al la sangrienta festividad, se niega a entender que, de requerir prontitud, deberán de recibirme en obscenas exhibiciones o en pijamas de muy mal gusto, que de conocerlos es mas que obvio, aceptarían con agrado las desnúdeces.
Y la hambruna sigue matándome.
El gentío me bloquea al llegar.
Es característica en este asesino, dar a publicidad su obra.
Un escalofrió me recorre la nuca al pensar lo que podría llegar a haber pasado, si la prensa y toda esa muchedumbre, llegase a verme llegar en uno de mis lúgubres pijamas.
Bueno, que joder!!!..., después de todo uno tiene una imagen que cuidar.
El color magenta domina las cercanías. Como si un pintor loco hubiese rociado sus pastas en un arrebato de ira a falta de inspiración creadora.
Hace ya varios meses que estos asesinatos de tinte ritual, comenzaron a desarrollarse, con una serie de generalidades seriales.
Absolutamente todos los asesinados eran personas detestadas por sus actividades delictivas o explotadoras. La peor de las calañas.
Pedófilos, traficantes de blancas, órganos, droga. Empresarios usureros, corruptos e inescrupulosos. Integrantes de pandillas de cobardes que imponen miedo en grupo. Estafadores de pobres. Proxenetas.
En fin, toda una variada gama de las peores miserias humanas, apareciendo desguazados, noche por medio, con una serie de inscripciones a modo de amenaza, en las pocas partes enteras que él, o los asesinos, obviamente dejaban intactas, a fin de comunicar sus intenciones.
“Escapen malditos; vamos, o, voy por ustedes; serán exterminados uno a uno”; etc..., esculpidas a bisturí, eran parte del glosario de frases no exentas de poesía.
Comienzo la rutinaria documentación fotográfica. Las unidades forenses y científicas, hurgan los posibles, y seguros inexistentes, detalles. A esta altura, ya estamos casi convencidos que nada se podrá encontrar. En tantos hechos, ningún indicio.
De no ser que la presión política es asfixiante, casi como que acataríamos los deseos de la opinión pública y dejaríamos las investigaciones.
Al fin de cuentas, alguien está limpiando la basura.
Pero tampoco es ilógico el temor de los “jefes”, varios de ellos son parte de los “ajusticiados”.
Ningún grupo religioso, extremista mesiánico o brigada parapolicial, se atribuye las ejecuciones. Absolutamente nada.
Cercados todos los caminos, no queda más que esperar se cometa un error que no llega.
Ya en Unidad, paso lo que queda de la noche y resto del día, rebelando las fotos, buscando posibles detalles, y documentando el inútil informe.
Finalmente, luego de un rápido vistazo a el resto de los estudios y conclusiones, de forenses y policía científica, cero vestigio; archivo el legajo personalizado del caso.
Cada legajo, y suman ya decenas, contienen el resto de la investigación sobre posibles motivos, seguimientos de sospechosos, venganzas o deudas. Todo evaluado. Todo releído en búsqueda de cabos sueltos. Cientos de páginas de la investigación, sin un miserable rastro.
Ya casi anochece, cuando emprendo el regreso, agotado y con el estomago estrangulando mis entrañas.
El tren me deposita a metros de mi cubil y desando la distancia faltante a largos pasos.
La despensa me invita a recoger un Cabernet Sauvignon y unos cortes de pan francés.
Con la llave en la cerradura, inhalo profundamente torciendo el cuello levemente hacia arriba. Una luna en cuarto menguante, viene a mi encuentro, cómplice, espiándome detrás de oscuros alto cúmulos. Una leve brisa fresca me abraza, casi como una señal de apoyo y aprobación.
Seguramente tengo, uno o dos días para el próximo caso, y por lo tanto, poco tiempo para prepararme.
Mientras vuelan por los aires, sobretodo y zapatos, voy juntando las marmitas desparramadas por la casa,
apurando el paso amenazado por la hambruna.
A fuego lento, condimento el potaje de restos de verduras y legumbres, que pude recuperar, escondidos entre alacenas y cientos de embases vacíos dentro de la heladera. Mientras, prolijo y cadencioso, voy afilando el pequeño cuchillo de trozar.
Parece mentira que el aroma que despide comience a recuperar mis fuerzas y ánimos.
Acomodo la mesa, con una inesperada prolijidad. Sería una falta grave de respeto no honrar tamaño despliegue culinario.
Por ojos, y por aroma, responden mis papilas.
Una vez sentado, el relax me invade, y por fin, en buena hora, puedo comenzar a disfrutar de la mejor de mis preparaciones.
Un verdadero manjar digno de conspicuos notables, a todas pruebas.., un adictivo guiso de glándula hipófisis.

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