viernes, 17 de octubre de 2008

El Don


No soy justamente un ser carismático.

Más cercano a ratón de biblioteca..., que a héroe de películas de acción.

Sin embargo..., eso de pasar desapercibido para la gente..., no ha hecho de mi un ser sumiso..., ni pusilánime..., ni me ha cargado de complejos.

Por contrario..., gestó el desarrollo de un enorme poder de observación, interpretación gestual y análisis.

Casi un don.


Este “don” me permite descubrir miserias..., venturas y penas de las personas..., instintivamente.

Lo que la gente esconde detrás de las fachadas.

Vilezas, sueños y perversiones...., todo se manifiesta como una revelación ante....., solo al enfocar fijando la atención.

Observar  movimientos..., sus tics..., miradas,  mohines..., son datos que decodifico automáticamente.

Pero, también he aprendido que, como todos los dones…, exige una gran responsabilidad al momento deponerlo en práctica.

Solo tomo ventajas de ello…, en casos extremos.


El tren subterráneo esta bastante más concurrido de lo habitual.

Amparado en una presencia transparente…, juego el juego que más me gusta…, diría un gran catalán…; como forma de hacer entretenido el pesado viaje hasta el trabajo.

Desnudo almas.

Identifico una persona cualquiera al azar…, y hago una radiografía de su vida y pesares.

Pero sin pasión...., ni penas….., sin juzgar, solo indago y arribo a esa conclusión...y créanme, en el correr del tiempo y los ejemplos, he logrado sobradas pruebas para concluir en muy pocos equívocos.

Obviamente en un subte, no están los casos más brutales, pero alcanza para llenar el espacio hasta el destino.

Ese día…., día promedio…., uno en particular llamo mi atención.

Y no era para menos. Casi mi propio álter ego en oposición y némesis.


Sin proponérselo…, el hombre llamaba todas las miradas por estampa.

El atuendo no era demasiado importante…, pero los ángulos rectos de su cuerpo le daban un porte que difícilmente no sería notado.

Parado junto a la puerta…, la mirada sin ver…, y un gesto adusto y pétreo.

Parecía ausente…, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.

Ningún mohín que pudiera permitirme interpretar formas y pensares…, ninguna señal a la vista.

Nada prepotente en sus ropas y accesorios.

Ni los movimientos vaivén del carro…, afectaban su equilibrio.

Primera vez en mi vida que siento la sensación de desnudez que se produce…, cuando todo lo aprendido parece no servir.

Ya la curiosidad…, se transforma paulatinamente en desafió.

El escudo en el blazer…., identifica una universidad conocida…, especializada en ciencias humanísticas y el ataché…., que no es un alumno…, sino un profesor o directivo.

Por la forma de pararse…, seguramente profesor. Un directivo…., se sentiría muy incómodo estando de pie y el desprecio seria elocuente en sus miradas.


Jamás esquivo un buen desafío y es por eso que con una excusa banal…., por primera vez..., accionando de esta manera…., me acerco entablando una breve conversación y buscando de encontrar algún indicio extra para mi…. “investigación”.

Una voz amable contrasta con un gesto casi desinteresado…., pero, sin dobles interpretaciones…., ni menosprecio alguno…, lo que es más extraño aun.

Buena dicción y formas. Cambiamos pocas palabras por cortos minutos.

Un leve moviendo de cabeza a modo de despedida y luego desciende al andén con paso pausado…, pero seguro.


Varios días de viajes coincidiendo en el vagón…, hacen ya casi cotidianos los saludos y poco a poco…, decanta en una rara forma de comunicación.
De trato coloquial…, sin subestimación…, ni prepotencia alguna.


Con el paso del tiempo la confianza gana terreno sobre el anonimato de una manera natural…, aunque jamás logre perforar la brutal coraza con la que envolvía…, los aspectos de su personalidad…, que no lograba hacerlos manifestarse.

Profundas charlas sobre variados temas se mantenían…, día tras día…, ricas en conocimientos y análisis…, pero jamás dato alguno de índole personal. Nada que pudiese orientarme sobre alegrías o penas.

Absolutamente nada.


De pronto y sin preaviso…, ya no volví a verlo. Sin comentarios…, ni de cambios de horarios…, trabajo o de forma de movilizarse.
Solo desapareció.
El gesto resulto más extraño que descortés.

No debía explicaciones..., ni tendría porque darlas…, pero las buenas migas que habíamos entablado y considerando modales…, hubiesen justificado una mínima despedida.

Sin más datos personales que el escudo de su blazer…., pensé en tratar de ubicarlo en esa Universidad pero sucumbí finalmente a la timidez y la pasividad.
Paulatinamente fui volviendo a mis viejos juegos de investigación…., ya no tan divertidos…, como antes de las buenas charlas.
Han pasado varios meses y la rutina diaria ha terminado con mi curiosidad.


Hoy…, es un día como otro cualquiera…, tedioso y pleno de hastío.
Por suerte el vagón menos concurrido que de costumbre.
Desde el desinteresado pasaje…, una figura inquieta se destaca.
Nerviosa indaga persona por persona…, cara por cara. Recorre comparando datos adquiridos…, como tratando de ubicar o reconocer algo que desconoce en realidad.

En un instante recala y fija su atención en mí…, no tan agraciada figura.
Una mujer con gestos obviamente preocupados, raudamente acorta distancias y me pregunta….
___ Usted debe ser a quien busco….,necesito hablarle por favor…, es urgente!!!
Rápidamente…., explica que es lo que empuja su búsqueda.
Y la reacción instantánea es bajar del tren…, y acompañarla a destino.

La habitación del buen hospital, es luminosa y cálida.
En el camastro la importante figura del hombre contrasta…, con los tubos y sondas que pueblan su cuerpo.

Detrás de la máscara de aire que fuerza la respiración…., el gesto simula a una sonrisa…, y acompañado de un sutil brillo en los ojos, alcanza para comprender que me ha reconocido y que además que le es grata mi presencia.


Durante un par de días…, acompañé en silencio su convalecencia…, hasta que dejó de respirar…., casi con el mismo garbo con el que había nacido naturalmente.
En el mismo preciso instante de su deceso..., una especie de golpe emocional me desconecta de la realidad y no recuerdo nada más..., por un largo espacio de tiempo.
Ahora, soy yo el que abre los ojos dentro de la habitación del mismo hospital…, mientras lentamente recupero la conciencia.
Junto a mí…, la mujer…, con rictus preocupado…, comienza a relajarse y ensaya una leve sonrisa.
No da respuestas…, como tampoco las dio al contactarme…, o al tratar de saber cuál era la razón por la cual se pidió mi presencia.
El porqué de tanta importancia en que estuviese tan cerca de ese…, casi desconocido hombre…, en los instantes previos a su muerte.
Solo desde su cartera…, extrae un sobre y lo deja en mis manos.
Apesadumbrada, un mínimo adiós, y se marcha.


En el patio arbolado, los piares suenan de fondo, casi como una cortina musical de alguna película de Hitchcock.
Mi tristeza le pone el toque de melodrama total a la escena.


Una y otra vez releo los gráficos de las hojas amarillentas.
En cada oportunidad…, es más grande mi sorpresa..., proporcional a lo que voy entendiendo.
Un acta con una fecha conocida..., denuncia el nacimiento de gemelos.
Otra…, la de la defunción de la madre…, en el mismo momento del parto.
Una constatación de la entrega de ambos bebes a un orfanato…., y un par más que certifican las adopciones por separado.
Reconozco los nombres de los adoptantes en una de ellas.
Un cuaderno con memorias…, donde este hombre…, explica entre tantas cosas de su vida…, el sufrimiento y la incapacidad de ser feliz a partir de jamás poder evaluar a persona alguna y de logar el poder descubrir fehacientemente intenciones forzadas detrás de lo evidente.
El no poder interpretar jamás afectos y amores.
El sentir atenciones frías todo el tiempo y jamás estar seguro de nada…, ni de nadie.
Y el porqué de la decisión final de terminar con la imagen…, “su imagen”…, a costa de su propia vida.
Y entiendo.
Finalmente entiendo.


Ya no juego esos “juegos” y no volveré a hacerlo jamás.
No continuaré hurgando vidas y miserias.
No volveré a asumir el lugar de Juez y de jurado.
Ya no más.
Tal vez, ya sea hora de cambiar el trabajo…., el vestir y hasta un nuevo corte de cabello.
De comenzar a buscar en mi los gestos y encontrar....., de ser feliz, como sea.
Dar muerte y de enterrar...., por fin y definitivamente....el don.

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